Se estima que en EEUU a los 15 años de edad, entre un 57-82% de los niños habrán presentado algún episodio de cefalea, con una mediana de edad de aparición de 7,5 años. En edad escolar es más frecuente en niños pero una vez iniciada la pubertad, el predominio es femenino. La clave para un manejo y tratamiento adecuados es hacer un diagnóstico correcto. Para ello nos basaremos fundamentalmente en una buena anamnesis y exploración física, detectando posibles signos de alarma que nos lleven a realizar más estudios: duración menor de 6 meses, curso progresivo, alteraciones en exploración neurológica, afectación del sueño, empeoramiento con Valsalva o cambios posturales.
Cefaleas episódicas y no progresivas se suelen asociar con trastornos primarios entre los que se incluyen fundamentalmente cefalea tensional y migraña. Sin embargo, cefaleas agudas o crónicas progresivas nos harán pensar en que puedan ser secundarias (infección, traumatismo, masa intracraneal). En cuanto a la historia clínica se debe preguntar acerca de los siguientes aspectos: localización, duración, posibles desencadenantes, limitación de las actividades de la vida diaria, predominio horario, síntomas asociados, etc.
En un metaanálisis que incluye datos de 600 niños, el 100% de aquellos que presentaron una masa intracraneal como causa de su cefalea, presentaron exploración neurológica alterada. Se describe un riesgo de tumor en cefaleas de menos de 6 meses y con al menos un signo de alarma del 4%, frente al 0,4% de pacientes sin signos de alarma. Este riesgo aumenta cuando se asocia más de un signo de alarma.
Las guías de la Academia Americana de Neurología no recomiendan realizar analíticas sanguíneas de forma rutinaria, punción lumbar, EEG ni pruebas de neuroimagen en cefaleas sin signos de alarma en la historia clínica y con exploración neurológica normal.
Laura Gómez Recio
Pediatra de AP. CS de Béjar. Salamanca