En la actualidad, muchas personas sienten un deseo muy grande de sentarse junto a sus padres para charlar con sinceridad, libres de tensiones, sin sentir vergüenza, sobre cuestiones relacionadas con su infancia y educación. Pero, a menudo, evitan referirse a tales temas por miedo a herir o ser heridos y a estropear una “buena relación”. Algunos son lo bastante sensibles para darse cuenta de que los padres tienen un irresistible impulso de trasladar a los hijos lo que ellos mismos han experimentado. Lo más probable es que estas personas intenten eludir todas estas cuestiones con el fin de no causar daño. Otros temen enfrentarse a sus padres por el tema “el castigo físico”, ya que el hacerlo supondría romper el tabú y la violación de éste se castigaría inmediatamente con el silencio, con el apartamiento e incluso, posiblemente, con el castigo físico. Ese miedo es comprensible, pero se puede superar.
Hay que abordar directamente los temas sensibles, ello puede limpiar la atmósfera y traer un sentimiento de liberación a ambas partes. ¿ Por qué debe ser el tema del castigo físico una excepción?. Al menos, a esta cuestión se le está prestando la atención que se merece en la opinión pública. ¿ Por qué tendría que resultar imposible en la familia?.
En la época actual, parece existir unanimidad en considerar como negativa la utilización de la crueldad con los niños. Pero muchas personas no son conscientes de que cualquier tipo de “corrección física” es indudablemente sinónimo de crueldad.
En todo el mundo, este hecho resulta evidente cuando hablamos de adultos, pero cuando están involucrados niños y niñas indefensos no parece ser tan claro. Esta doble moral sólo puede sobrevivir mientras que pegar a los hijos, castigarles físicamente, siga siendo un método lícito para “hacerles entrar en razón” o “machacarles para que recobren el sentido”. Las consecuencias de esta práctica – y no es una exageración decir que el genocidio y la tolerancia del genocidio es una de ellas-simplemente, se han ignorado.
Este es uno de los momentos más trágicos de la mala comunicación en la historia. De una generación a otra, este método inhumano de educar a los niños y niñas se ha aplicado y aceptado como “procedente de Dios”. “Es por tu propio bien”, dicen los padres y los niños lo creen y hacen lo mismo con sus hijos. Y esto se ha venido haciendo durante siglos.
Hoy en día, naturalmente, nadie abiertamente puede afirmar tal cosa sin encontrar oposición. Pero todavía existen muchos obstáculos innecesarios entre generaciones. Algunos jóvenes creen que no pueden hacer con sus padres sobre la educación de los hijos porque siguen convencidos que pegarles era lo mejor que se podía hacer .¿Pero realmente creen eso? Y si lo creen, ¿esta creencia es inalterable?¿Pero es que no entienden, cuando miran a sus nietos y nietas, que se han autoengañado, que los “buenos viejos tiempos” a los que se aferran, su propia infancia, no eran tan buenos después de todo?. Muchos de ellos se encuentran a tan solo un paso de darse cuenta. Les podríamos ayudar a dar ese paso, en vez de dejarles que continúen en ese error. Naturalmente se han hechos muchos intentos. Algunas personas encuentran explicaciones a sus problemas, y el sentimiento de que “alguien ahí fuera me comprende” puede ser una fuente de consuelo y alivio. Frecuentemente envían estos libros a sus padres esperando una respuesta. Algunos padres responden y agradecen la información. Pero otros se sienten atacados, culpados y desbordados y se encierran todavía más en su concha. Los padres que reaccionan de esta forma defensiva probablemente hayan sido maltratados de pequeños; el padre, incluso, no sólo en casa sino también en los colegios internos o academias militares. Como la mayoría de los niños maltratados, se aferran a la convicción de que este tipo de educación fue positiva, y no están dispuestos a leer ningún libro que les saque de esta opinión.
Para estos padres, una conversación clara con sus hijos, ya adultos, que han logrado un nivel de autoestima y que no dependen más de la aprobación de los padres, puede ser más significativa que el envío de un libro que les remitieron otras personas ajenas a la familia. Esto no se puede extrapolar a todo el mundo, pero sí a algunas personas.
La tendencia a evitar esta clase de comunicación se da más cuando los padres son ancianos. Pero ante la aproximación de la muerte, las personas mayores están constantemente examinando sus vidas, reflexionando sobre las mismas. ¿Qué podría ser más importante para ellos que proporcionar una a respuesta conjunta con sus hijos a todas las preguntas que quedan por contestar?. Conversar sobre las cosas significa mirarnos cara a cara, intercambiando opiniones. De esa forma, tienen la posibilidad de aceptarse a sí mismos y a los hijos: Pegar nunca fue positivo, nos perjudicó a todos, deformó nuestras vidas y nuestras mentes.
Palabras tan simples como éstas, que tienen el mismo significado para todas las generaciones, no sólo ponen fin a décadas de engaño y autoengaño. También pueden ir corrigiendo errores, y así simplemente confesando que son errores se liberan los sentimientos de culpabilidad que no sirven de mucho para estar en nuestro subconsciente. ¿Por qué se pronuncian tan poco estas palabras?.
Quizás la razón por la cual los jóvenes no dicen nada no sea tanto por sus propios miedos personales, sino por el afecto de sus padres que están de acuerdo con sus ansiedades y tabúes en vez de ayudarles a liberarse de los mismos. Pero ahorrarles esos sentimientos a los padres sin decir nada únicamente aumenta el abismo del silencio. Esto ya no es necesario. Hablar con los padres podría ser un enorme regalo, el regalo de la verdad. Y la verdad, aunque llegue tarde en la vida, todavía puede cambiar ésta para mejor.
Otorgar a esta verdad un lugar en nuestras vidas significa apuntar hacia actividades que no nos hayamos podido imaginar anteriormente. Las personas en puestos superiores deberían garantizar una nueva legislación para que los futuros niños y niñas no sufran la barbarie, en cualquiera de sus manifestaciones, y especialmente el castigo físico.
En la actualidad un proceso como éste podría iniciarse por personas que nunca hayan sido pegadas, o por aquellas que, aunque no se libraron de ese destino, han reconocido, gracias a la simpatía de otros, la enorme sombra que eso les ha producido en las anteriores etapas de sus vidas. Al no ser ya niños, y siendo capaces de argumentar convincentemente sobre la causa por la que están luchando, no deben tener miedo a los mecanismos de defensa por parte de los otros. Ya que los padres son capaces de aceptar la realidad en todas sus formas, también serán capaces de hacer frente a esos mecanismos.
En los últimos años, los jóvenes han salido a la calle para manifestarse por todo tipo de buenas causas: contra la guerra, a favor de la protección del medio ambiente y, sobre todo, porque exista más humanidad. Pero nunca se han manifestado a favor del derecho de los niños y niñas a que los padres no les peguen.
Me pregunto: ¿por qué no? ¿por qué nos ha costado tanto darnos cuenta de que muchos de los ejemplos de la violencia contra la que luchamos tienen sus orígenes en la cuna?. Y que sólo podemos prevenir actos de violencia en el futuro poniendo en la picota esa primera experiencia devastadora de la violencia en el comienzo de la vida de los niños y niñas.
En el momento actual sabemos esto. Existen pocas cosas de las que podemos estar completamente seguros. Sabemos, sin duda alguna, que pegar a los niños sólo tiene efectos perjudiciales: resulta desastroso para la autoestima de la víctima y también del agresor. Todo individuo, ya sean nietos o abuelos, sin tener en cuenta sus orígenes y status social, puede aportar su grano de arena para asegurar que se establece como un hecho reconocido de la vida, tanto en la familia como en el medio más cercano.
Lo único que podemos hacer es hablar más claro, cuando se presenta la oportunidad, o al menos dejar de afirmar que pegar nos hizo bien, que nos lo merecíamos, y sucesivamente. Declaraciones como esas han sembrado bastante confusión en el curso de la historia y han retrasado en gran medida que se presentara esa oportunidad. La única razón para mantener tales afirmaciones es el deseo de querer mantener nuestro propio sufrimiento. Pero no debemos permitir negar el rechazo a costa de la sociedad. Si lo hacemos, ello pesará sobre nuestras cabezas.
Vivimos en un tiempo de desempleo, somos testigos de la vuelta de la superstición de las masas, la comercialización de los problemas psíquicos, el triunfo de los grupos de culto. Todo esto y mucho más pueden ser razones suficientes para ser pesimistas. Pero también vivimos en un tiempo en el que bastantes más jóvenes están creciendo más que nunca, libres de la crueldad física. Considero este hecho como una causa real para sentir optimismo. Gracias a sus propias experiencias, estas personas pueden ayudar a oponerse a una tradición destructiva que ha contribuido a la proliferación de la violencia durante miles de años. Están suficientemente preparados para no resignarse y no decaer ante el pesimismo y para sacar provecho de las oportunidades reales que para el cambio se les presentan.
Alejarnos de la verdad nunca nos ayudará a conservar el amor, incluyen el amor que sentimos por nuestros padres. El amor y el autoengaño se excluyen mutuamente. La negación de la verdad, la negación de sufrimientos por los que hemos pasado son la base para alimentar el tipo de odio que se cierne sobre las inocentes victimas. Es un acto o autoengaño obstinado y un callejón sin salida. El amor real puede enfrentarse a la verdad.
Dr. J. García Pérez. Director del Grupo de trabajo de Pediatría Social