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La telefonía móvil, especialmente mediante la participación en redes sociales y el uso de las mensajerías instantáneas –“guasapear”–, está provocando casos de dependencia cada vez más graves y en niños de menor edad. No es un problema reciente, aunque sí cada vez más importante por su rápida extensión y la preocupación que produce. Es consecuencia del rápido y profundo cambio experimentado por la sociedad, que ha desarrollado una cultura de ámbito universal de tipo tecnocrático, electrónico y con nuevos modos de relacionarse.

Estas situaciones cumplen en su desarrollo el mismo esquema que las drogas químicas: se inician con la práctica repetitiva, a la que siguen el abuso, la tolerancia (que no es más que la necesidad de aumentar la “dosis” para alcanzar efectos similares) y la dependencia –tanto psíquica como física–, que se reconoce rápidamente al limitar el consumo con la aparición de un síndrome de abstinencia cuya intensidad está directamente relacionada con el grado de dependencia y que puede manifestarse con varios grados de intensidad: desde una irritabilidad y agresividad más o menos intensas hasta un estado de paroxismo con extrema agitación y malestar. De hecho, las pautas de tratamiento y las intervenciones clínicas sobre ellas son también las mismas: desintoxicación y deshabituación, a veces mediante el apoyo de fármacos, la remodelación de la personalidad, técnicas de psicoterapia breve y la introducción de rutinas y comportamientos nuevos que permitan la superación del estado anterior.

Los que más fácilmente quedan atrapados en este tipo de adicciones son los individuos que se sienten solos, o rechazados por sus iguales, o poco realizados; los que manifiestan tendencias depresivas; las personalidades impulsivas, con escasa tolerancia a la frustración o con dificultades de autocontrol; aquéllos con una pasión anómala por el poder o la popularidad, con conductas fanáticas y con trastorno narcisista, rasgos –todos– consustanciales al actual modelo social. Entre ellos, los adolescentes constituyen un colectivo predispuesto a sufrir este tipo de dependencias, especialmente sujetos con detonantes biofísicos (ansiedad, hiperactividad), situacionales (conflictos familiares y sociales) o circunstanciales (fracasos, escolares y de otro tipo). Y que, gracias a las posibilidades que les ofrecen las nuevas tecnologías, pueden construir un “yo ideal” que el grupo de iguales o la sociedad les reclaman; les permiten protegerse, evadirse y también inventarse.

Pero estos comportamientos en condiciones de dependencia les impiden desarrollar sus habilidades sociales, les hacen hipersensibles a los juicios y les acrecientan sus sentimientos de inseguridad, relacionado todo con un enorme riesgo de exposición de su imagen, de su vida privada o de manifestaciones de su carácter a una gran cantidad de personas y de forma que luego no pueden ser modificados. Como para otros problemas relacionados con los hábitos de vida, el objetivo de cualquier intervención debe centrarse en la prevención, que para resultar eficaz exige primeramente que los padres se ocupen en conocer bien a sus hijos y se preocupen por su educación. Sólo así podremos iniciar al niño en el uso y consumo correctos de cualquier dispositivo electrónico, multiplicando las posibilidades de identificar los primeros signos de alarma que se asocian a todo comportamiento adictivo, como son una pérdida de trato con la familia, la tendencia al aislamiento, la ruptura de las relaciones sociales y la agresividad, el descenso del rendimiento escolar, los cambios emocionales bruscos y el uso del móvil a deshora y en momentos inadecuados (durante la comida, en horas de sueño o de estudio…).

En cualquier caso, los profesionales no podemos penalizar ante las familias las nuevas tecnologías, sino la falta de educación sobre su utilización. Debemos hacer sentir a los padres la responsabilidad de decidir el qué, cómo y cuándo del uso por parte de sus hijos. Ellos pueden lograr más que nadie que sean una herramienta para el aprendizaje y la comunicación útil, y no una fuente de conflictos y un riesgo de enfermedad.

Artículo publicado el 20/06/2017 en La Nueva España (Pag. 19)

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