Los inhibidores de la bomba de protones (IBP) constituyen un grupo de medicamentos que impiden la producción de ácido gástrico a través de inhibición la enzima adenosina trifosfatasa H +/ K+ por parte de las células parietales del estómago. Tienen indicaciones específicas, basadas en la evidencia, para el tratamiento de enfermedades gastroesofágicas, enfermedad por reflujogastroesofágico (ERGE), úlcera péptica, gastritis, estados de hipersecreción, infección por Helicobacter pylori, esofagitis eosinofílica, dispepsia funcional o fibrosis quística. Entre ellos nos encontramos el lansoprazol, esomeprazol, omeprazol, por ejemplo.
Los IBP se encuentran entre los fármacos más comúnmente recetados en lactantes y escolares, presentando en las últimas décadas un aumento dramático en su utilización. Son medicamentos seguros y claramente efectivos cuando se usan de manera apropiada. Debemos recordar que existen situaciones en las que no están claramente recomendados, por ejemplo, en lactantes regurgitadores con llanto e irritabilidad sin ERGE o tratamiento de los síntomas extraesofágicos de ERGE. Existe una creciente preocupación en relación a sus posibles efectos adversos a largo plazo, basada en extrapolaciones de recomendaciones para adultos, siendo esta información muy relevante en el ámbito pediátrico.
El uso de IBPs puede afectar potencialmente a la composición y función de la microbiota gastrointestinal provocando una disminución de la defensa contra patógenos, aumentando el riesgo de disbiosis intestinal, de sobrecrecimiento bacteriano en intestino delgado o de infecciones del tracto respiratorio superior e inferior. También se ha observado que interfieren con la absorción de calcio, magnesio y vitaminas del grupo B, conduciendo a un mayor déficit y consiguiente riesgo de fracturas óseas. Por otra parte, pueden interferir en la digestión de proteínas aumentando el riesgo de sensibilización a alérgenos alimentarios, de desarrollo de enfermedades alérgicas o esofagitis eosinofílica. Por último, se ha inferido su asociación con cáncer de estómago, hígado y páncreas a raíz de datos de adultos, si bien son conclusiones débiles y sin causalidad probada. En general, la evidencia de estos eventos adversos son irregulares y no siempre convincentes.
En resumen, el uso de IBP tiene importantes beneficios potenciales en aquellas indicaciones basadas en la evidencia, sin embargo, conviene tener precaución en la administración a lactantes y escolares, debiendo ser conscientes de los efectos secundarios asociados a su uso prolongado.
Beatriz Martín López-Pardo
Residente de Pediatría. Hospital Universitario de Salamanca